domingo, 12 de febrero de 2012

El silbido de tu nuca en mis zapatos.


   No me gusta, pero prefiero colgarlo ya. Responde a un intento frustrado de encontrar a Peter Pan en un jardín equivocado y como tal, puede considerarse la realización de un deseo frustrado, pero eso es todo. 
  Insisto, sigue sin gustarme aunque no creo que vuelva sobre él, como mucho, para borrarlo o suprimirlo definitivamente. De momento, aquí queda. 
   Hoy creo que lo cambiaré por completo, aún me gusta menos y como ahora comprendo mejor qué quería contar,  lo escribiré y será otro.


El silbido de tu nuca en mis zapatos.

    El silbido de tu nuca en mis zapatos era tan fuerte aquella mañana como para convencerme de encontrarte tras el matorral mas cercano. Sin embargo al traspasarlo y remover todas sus ramas no estabas y el silbido de tu nuca, seguía atrayendo a mis zapatos. Tenían que ser esos y no otros pues había probado tantos como tenía y ninguno lo captaba. Unos mocasines tras un silbido, casi un susurro que se perdía con soberana facilidad entre los árboles, estanques, puentes y verjas del parque, al menos eso era lo que yo creía. 
  Jugaba conmigo si, pero yo también jugaba con él. Un día caminando por el Paseo de los niños oí reírse al Rey del oro y al mirarle, le pillé, tratando de disimular su risa y viéndose en renuncio, tuvo que hacerme un guiño. Le propuse que fuese mi cómplice, rehusó, se conoce que eso de la complicidad no va con los reyes.
   No creáis que hablo de lugares fantásticos o imaginarios, este mapa me sirve para orientarme mejor pero corresponde no solo al libro Peter Pan de James Matthew Barrie, sino que es tan real como yo y buscándolo en Google Maps lo encontraréis. Son los Kensington Gardens de Londres, un croquis claro, pero con él
me manejo mejor, os lo pongo para que comprobéis que lo que escribo es cierto y no un producto de mi fantasía. 
   Paseaba todos los días por esos jardines y el silbido de su nuca no es ninguna invención, la ocasión en que llegué a verle, o eso creí en aquel momento, el silbido salía de su nuca si, 
no podía ver su boca, pero oía el dichoso silbido a la perfección, mis mocasines me llevaban corriendo hacia el y si se hubiera tratado de un silbido normal, lo habría escuchado tamizado, puede ser que se tratase del sonido que producía al moverse, era  tan rápido que bien podía generarse con su movimiento, el caso es que en esta quíntuple bifurcación le perdí la pista. ¡Que tontería! ¿No? Es todo tan diáfano en ese parque que no se puede perder a nadie. Lo creáis o no, así fue. Desapareció y con el su silbido.
Poco después me volví a casa desesperanzado de encontrarle, pero a la mañana siguiente, reanudé el paseo. Entre por la Ancha Avenida, me detuve un rato en las higueras y luego seguí hasta el estanque redondo.


Quería acercarme hasta el Palacio de las Hadas, pero me había quedado tanto tiempo con mi vista y mis pensamientos perdidos en el estanque que se me hacía tarde y tuve que correr para llegar a tiempo. Desde mi habitación veía un pedazo de parque y muchas noches me quedé dormido deseando, soñando y creyendo verle. La luz del día recomponía la realidad pero aún así salía a la terraza en pijama con el deseo aún vivo en mis entrañas: de un modo u otro tendría que alcanzarle. 
    Probé con trampas, emboscadas, jugando al despiste, escondiendo los mocasines y poniéndomelos sorpresivamente, pero no había manera y aquello ya me empezaba a oler a  burla descarada por su parte.
   Hastiado de tanto intento fallido y convencido sin embargo de su existencia opté por irme al Holland Park, vivía a medio camino de ambos y con ello trataba de quitarme la obsesión por verle. Esa mañana el tiempo estaba muy cambiante, tan pronto salía un ratito el sol, como se ponía a lloviznar. Cansado de dar vueltas con la cabeza en otra parte, me senté en un banco. 
   Pese a no llevar los mocasines comencé a oír el silbido zumbando a mi alrededor y haciendo todo tipo de piruetas que pese a no verle notaba por los cambios en mi escucha. Me circundaba, se alejaba hasta hacerse casi inaudible y se acercaba hasta mis ojos, oídos, nuca y zapatos, jugando conmigo con toda confianza. Le hablé, le supliqué que se dejase ver aunque solo fuera por un instante, no hubo manera, pero cuando creí haberle perdido definitivamente, oí el pitido de su silbido más agudo y fuerte que nunca donde menos lo esperaba, sobre la torre del edificio que estaba a mis espaldas. Instantes después se dibujó en el cielo un precioso arcoiris y un potente destello se reflejo desde el pararrayos de la torre. Al mismo tiempo, arcoiris, destello y silbido se desvanecieron lánguidamente. No le había visto, pero podía jurar que le había sentido. Lo que no podía explicarme era por qué había venido hasta aquí cuando claramente había dejado de creer en el, a no ser de que se estuviera empeñando en ponerme a prueba. Mi chacha me metió en el carrito porque eran ya casi las doce y el niño tenía que dormir hasta la una. Sobra decir que al día siguiente y muchos otros más, continué paseando por los Kensington Gardens con la ilusión cambiante de quien se ve puesto a prueba sin obtener resultados.
  EL último día de aquel verano renuncié a ir y por más que mi chacha se empeñó en amarrarme al carrito, dije que no y fue que no.
   Mucho tiempo después, siendo algo muy similar a un adulto o pareciéndolo al menos, durante un viaje de trabajo se me cruzó la idea y decidí probar sin esperanza alguna, solo por darme el gusto de pasar por allí y en todo caso, probar suerte. Fui renqueando desde el Marble Arch y atravesando todo el Hyde Park hasta cruzar La Serpentina por el puente. Doble a la derecha y me encaminé por el camino que lleva a su estatua. Allí estaba. 
No lo vais a creer.Que estaba allí sí claro, pero el saludo que me hizo por más que lo cuente, la gente no se lo cree. ¡Una estatua de bronce de Peter Pan doblando su cintura y abriendo los brazos para saludarme! ¡A mi y solamente a mi! No, la gente no se lo cree, pero yo le vi. Me quedé paralizado mientras me saludaba y solo cuando se incorporó para recuperar su postura me lancé a devolverle el saludo y al levantar la vista, nos guiñamos un ojo, tan contentos.


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